Carta de una Argentina deportada desde Madrid - Barajas...por favor difundir
El lunes 07 de Septiembre de 2009, con una mezcla de felicidad, miedo e ilusiones, partí desde Ezeiza (Buenos Aires), en mi vuelo de “Air Comet”, hacia Barajas (Madrid, España) a visitar a mí novio quien vive allí. Luego de un estupendo aterrizaje y una felicidad que me superaba me dispongo a llevar a cabo la entrega de papeles y pasaporte en el sector de Migraciones de dicho aeropuerto. Fue en ese momento que empezó mi calvario y el de muchos otros argentinos: Me corrieron a un costado en donde un policía me dirigió a mí y a otras personas hacia una habitación, sin explicarnos que estaba pasando ni que iba ser de nosotros.
Allí empezamos a preguntarnos: “por qué estábamos ahí y que pasaría con nosotros”, sin perder aún las esperanzas de que solo fuera un trámite más de los tantos que ya habíamos hecho para poder estar en España de visita.
Entonces escuché la voz del oficial que me llamaba a su despacho: comenzaron a pedirme papeles, que le mostrara todo lo que llevaba en mi bolso de mano, hacerme preguntas muy personales, etc. Al terminar ese interrogatorio me dijeron que volviera a la otra habitación sin entender que me estaba pasando, pero también sin perder las esperanzas de que fuera un “tramite más”. Este procedimiento se repitió con cada una de las personas que estábamos en esa habitación, hasta entonces sólo de nacionalidad Argentina.
Vuelvo a escuchar mi nombre desde el despacho de policías, me acerco y es entonces que todas las ilusiones se rompieron en un instante: el policía tenía en sus manos mi pasaporte y un formulario donde explicaba que se me asignaría un abogado de oficio y que por faltarme la “carta de invitación” no podía ingresar a Madrid. Lo mismo le sucedió al resto de las personas que estábamos ahí. Quiero aclarar que no solo tenia los papeles en regla como el consulado o la página oficial del estado español mandan sino que también tenia el pasaje de vuelta con fecha cierta lo que demostraba que solo estaba de visita.
A partir de este momento las cosas se fueron complicando cada vez más. Un policía vino a recogernos y llevarnos hacia otro sector donde deberíamos esperar a nuestro abogado para poder llevar a cabo la declaración y luego recibir una sentencia. Nos encerraron en una habitación, donde una “Asistente Social” nos explica realmente que estaba pasando con nosotros y cuales eran las posibilidades de salir una vez que habíamos entrado allí.
Luego comenzaron a llamarnos de a uno y a trasladarnos hacia otra habitación donde dos guardias de seguridad nos quitaron nuestras pertenencias y nos revisaron el cuerpo. Ahora sí, nos encontramos con la realidad que nadie quisiera vivir: estábamos detenidos, privados de nuestra libertad, derechos humanos y lo peor… tratados como animales y con solo un teléfono público para poder comunicarnos con el exterior, el cual podía ser usado con monedas. De más está decir que en ningún momento pude verme o hablar con mí novio que se encontraba en el mismo aeropuerto.
En ese lugar tan horrible nos encontramos con un grupo de personas que antes que nosotros habían pasado por la misma situación. Entre ellos la mayoría eran argentinos, con otros tantos mexicanos, chilenos, paraguayos, venezolanos, senegaleses, etc.
La comida era muy escasa, era el almuerzo y cena para los adultos sin poder llegar a distinguir que era lo que uno comía. Para los niños, las cuatro comidas diarias. El baño constaba de una ducha, la cual solo podía usarse con agua fría, tampoco tenia jabón. No podíamos cambiarnos la ropa, por lo que fueron 4 días con la misma ropa y sin poder higienizarnos como personas normales.
Llegada la noche, abrían unas pequeñas habitaciones que constaban de dos cuchetas en pésimo estado. A las 11 de la noche las luces se cortaban y teníamos que acostarnos a dormir.
Allí el maltrato comenzó a hacerse cada vez más insoportable no sólo con los adultos sino también con los cuatros chicos que se encontraban en ese lugar. Ya han pasado cinco días desde mi vuelta al país y todavía no puedo quitarme las caras de terror de esos nenes y los maltratos que recibíamos de los españoles. Como bien ellos lo dijeron: “el problema es que somos Sudacas”, esa es la razón por la que estábamos ahí.
Entre una de las tantas conversaciones con el oficial de turno me confesó que el trabajo de los policías del sector de migraciones es “eliminar a un cupo de gente”, obviamente de Latino América. Entonces ellos, y por obra del “azar”, seleccionan personas a la que piden los requisitos para entrar al país. Éstos requisitos nunca van a ser cumplidos por completo, ya sea porque el dinero es escaso o porque el mismo es demasiado, entre uno de los tantos motivos por los que fuimos, no sólo deportados, sino también maltratados.
Luego de varias horas de espera, llegó el momento de mi declaración ante el abogado de oficio. Donde envuelta de miedo e incertidumbre tomé la decisión de pedir el “retorno a mi país”; a mí amado y querido país, aquel que una vez supo abrirle las puertas a miles de familias españolas e italianas para poder comenzar una nueva vida, algo que España no supo darles.
Para poder volver tuve que esperar 2 días por la fecha del vuelo que se me asignó. Al avión fuimos llevados en un patrullero custodiados por policías. Nuestra documentación y bienes personales recién se nos fueron devueltos en Ezeiza (Argentina).
Puedo estar horas describiendo las cosas a las que fuimos sometidos por la simple razón de ser “Sudacas”. Lamento haber pensado que el primer mundo era distinto. Lamento haber visto cara a cara la XENOFOBIA. Lamento haber vivido la hipocresía, el autoritarismo y la inhumanidad de algunas "personas".
Pero el motivo de esta carta es que nadie, ningún argentino, o niño, o embarazada pase por lo que yo y tantos otros argentinos pasamos. Hoy somos ese mismo grupo quienes nos encontramos unidos en lucha por nuestros derechos no reconocidos en la mal llamada “Madre Patria”.
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